Arquitectura y bienestar: Mi camino explorando la interacción del entorno construido y la plenitud humana.
Publicado el 20 de julio de 2023
Por Marta Delgado
Comprender en qué consiste una vida bien vivida, es decir, una existencia verdaderamente plena, escapa a nuestro alcance con asombrosa complejidad. Sin embargo, esta pregunta ha sido una constante en mi vida, impulsada por mi naturaleza empática y mi deseo de buscar una comprensión más profunda sobre cómo todas las personas pueden alcanzar una mayor plenitud. Creo firmemente que en cada individuo reside el potencial para el crecimiento, la conexión y la experiencia de una alegría profunda. Es esta creencia la que ha alimentado mi búsqueda sobre la intrincada interacción entre el entorno construido, la plenitud y la experiencia humana, con la esperanza de iluminar caminos hacia una existencia más vibrante y significativa.
Durante mi juventud, atribuí una gran trascendencia a mi entorno y su influencia en mis sentimientos. La simple presencia del sol siempre evocaba en mí un inmediato sentimiento de optimismo. Crecí en Barcelona, donde solo unos pasos de distancia separan las fascinantes obras de Gaudí de otros edificios más monótonos. En la universidad, dirigí mi enfoque hacia la neurociencia y la psicología aplicadas a la arquitectura, con la esperanza de descubrir cómo las emociones, e incluso nuestra propia identidad, pueden surgir a partir del entorno que nos rodea.
Reflexionando ahora, me doy cuenta de que esta convicción se basaba en el hecho de que era más fácil percibir la naturaleza tangible y visible de los edificios que aspectos sutiles del bienestar, como la conexión con uno mismo, el cuidado de los lazos sociales y el sentido de libertad. Con el paso del tiempo y la gradual erosión de mi ingenuidad, nuevas realizaciones han surgido en mí. He comprendido que una vida bien vivida radica en la elección personal de lo que queremos que esa vida sea, guiados por nuestros sentimientos y la búsqueda de ritmos que nos hacen sentir bien.
A la luz de este cambio, mi perspectiva sobre el estudio empírico del cerebro aplicado a la arquitectura del bienestar ha experimentado una profunda transformación. Inicialmente, buscaba encontrar relaciones universales entre los sentimientos y las características del entorno construido, como el color, el material o la forma, que fueran útiles para diseñar de manera más inteligente. Sin embargo, ahora creo que lo realmente valioso en este campo es comprender las necesidades y el funcionamiento de nuestro organismo en su conjunto, es decir, del cerebro y el cuerpo, para actualizar nuestro conocimiento sobre nosotros mismos. En repetidas ocasiones, he experimentado cómo al mostrar a alguien algunas claves sobre el funcionamiento de nuestro cerebro, se produce un sorprendente «¡aha!», un cambio de perspectiva y una mayor comprensión y validación de sus propias preferencias. Creo que aumentar la claridad y la concreción sobre lo que nos gusta es esencial para cultivar la plenitud, como si de repente recuperáramos la visión y pudiéramos distinguir entre frutas maduras y podridas antes de probarlas.
Ahora puedo explicar mi reacción ante los bellos edificios de mi ciudad natal como una asociación de sensaciones placenteras con su intrincada decoración y noble compostura, basada en experiencias previas que son en parte biológicas, en parte culturales y en parte personales. La gracia radica en que este conocimiento me ayuda a cultivar esas mismas experiencias biológicas, como el placer de observar la naturaleza y experimentar el movimiento, las experiencias culturales compartidas con mi comunidad y las experiencias personales relacionadas con mi amor por la arquitectura y la cerámica, incluso fuera de la relación con cualquier edificio. Y todo esto me acerca a la plenitud.
Existe un desafío, o tal vez una fortuna, y es que este conocimiento actualizado sobre nosotros mismos no es transferible. El sentido de plenitud es tan personal que los significados que nos acercan a ella solo existen dentro de cada individuo. Aunque un arquitecto pueda comprender por qué un determinado lugar, estilo o material puede gustarle más que otro, o ayudarle a relajarse o a sentirse como en casa, ese conocimiento no puede aplicarse directamente a los proyectos para sus clientes sin perder una gran parte del efecto positivo deseado. Para lograrlo, el arquitecto debería ser capaz de iluminar la misma conciencia en los futuros usuarios del espacio, permitirles descubrirse a sí mismos y entonces escuchar sus preferencias. A menudo, discuto estas ideas con mis colegas y me pregunto si no será demasiado pedirle a un arquitecto embarcarse en esta exploración íntima con todos sus clientes.
Todavía no tengo claro si el conocimiento sobre neurociencia transformará la práctica de la arquitectura y el proceso de diseño. Sin embargo, tengo claro que la educación en este tema puede ayudar a muchas personas a vivir mejor, al explorar sus reacciones ante el espacio, los sonidos, los olores, los colores, las formas, los materiales y los significados de su entorno, y empoderarlas para tomar decisiones como comprar mejores muebles y arte, mudarse de barrio o pasar más tiempo en espacios públicos verdes y hermosos. Si estás buscando una clave infalible para el optimismo, siempre he tenido una: ¡abre la ventana y busca el sol!