Aldea
Atrás

Más allá de la Neurociencia en la Cultura, la Investigación y el Diseño

Publicado el 25 de enero de 2025

Marta Delgado

Publicado originalmente en el Centro de Diseño Consciente.

Big Bang. Acuarela y Guache, por Marta Delgado

Me sumergí con entusiasmo en la intersección de la neurociencia y la arquitectura a principios de la década de 2010, impulsada por la curiosidad de aprender, mediante métodos científicos, cómo los espacios podían ayudarnos a prosperar. Sin embargo, en los últimos 15 años, aunque he integrado sus importantes conocimientos en mi práctica arquitectónica, me han descorazonado sus limitaciones metodológicas. Mientras tanto, muchos profesionales y científicos que trabajan o estudian el entorno construido han adoptado la noción de neuroarquitectura.

A través de conversaciones con profesionales de distintas disciplinas -desde la medicina hasta el diseño de interiores- me he animado a poner por escrito mis pensamientos. Hoy pretendo presentar un marco más amplio dentro del diseño basado en la investigación, que incluye la neurociencia y también trasciende sus límites: El Diseño Consciente. Más allá de la terminología, este artículo aborda los valores sociales que reproducen la arquitectura y la investigación, algo que deben tener en cuenta todas las personas comprometidas con la mejora del entorno construido.

Cultura

La neuroarquitectura, o diseño basado en las neurociencias, sugiere un diseño que se centra en el cerebro y el sistema nervioso para ofrecer experiencias únicas, pero no llega a captar el cambio cultural más amplio que me interesa. Se centra en los resultados, como la regulación, la restauración, el asombro, la inspiración y la conexión, que, no me malinterpretes, valoro profundamente porque están profundamente relacionados con el bienestar y el afecto. Sin embargo, la cultura que anhelo ver en el mundo va más allá de los comportamientos neurofisiológicos inducidos más saludables; abarca todo el proceso de idear, crear y habitar lugares.

El Diseño Consciente es un marco desarrollado por itai Palti siguiendo el Manifiesto de 2015 de Palti y Bar para Ciudades Conscientes1. Defiende la ideación de proyectos multidisciplinares, participativos e impulsados por el contexto; técnicas de construcción ecológicas, locales y culturalmente significativas; y relaciones responsables, adaptables y potenciadoras entre las personas y el espacio, una filosofía recogida en los Principios del Diseño Consciente.

Nuestra cultura ha engendrado profundas desigualdades, y creo que quienes configuran el entorno construido tienen la responsabilidad de fomentar la representación inclusiva en la creación de lugares. Para mí, centrarse únicamente en los resultados finales, filtrados a través de una lente bienintencionada e informada por la neurociencia, pasa por alto una cuestión fundamental: ¿Cómo llegamos hasta ahí?

Te invito a dar un paso atrás conmigo por un momento, para volver a conectar con nuestro objetivo común de lograr un cambio positivo a través del entorno construido. Muchos de nosotros entramos en nuestros campos -ya sea la arquitectura, la sanidad, la educación, el servicio público, las artes o la tecnología- con la esperanza de mejorar la vida de los demás, enriquecer las comunidades y crear espacios que fomenten el bienestar. Sin embargo, el mundo está plagado de justo lo contrario.

Ciudad. Acuarela y gouache, Marta Delgado.

Piensa: ¿cuáles la raíz de mucho dolor y disfunción en el mundo? Para mí, la respuesta está en nosotros mismos, en las sociedades y culturas que hemos heredado. No se trata de una sola persona, sino de los valores que defendemos colectivamente: la búsqueda de la eficacia, el control, la competencia, la perfección y el beneficio. Estas normas tóxicas -que se manifiestan como roles de género rígidos, supresión emocional y necesidad de optimización constante, entre muchas otras- nos afectan a todos. (Ah, y también se manifiestan en el entorno construido no funcional que hemos heredado, por cierto). La toxicidad pesa más sobre los más vulnerables, de forma desgarradora. A mayor escala, estas pautas perpetúan la violencia y la opresión sistémicas.

Anhelamos una nueva cultura, basada en el cuidado, la curiosidad, la creatividad, el descanso, la imperfección, la estacionalidad, la sostenibilidad… pero abrazar este cambio es difícil, ¿verdad? Tenemos que mirarnos constantemente. Cuando nos precipitamos en las tareas o nos criticamos, debemos respirar profundamente, permanecer presentes y aceptar que los errores forman parte del proceso. Por nuestro propio bienestar físico y mental, es primordial tomar conciencia de nuestros comportamientos. Sin embargo, necesitamos recordatorios constantes, porque todos estamos profundamente enredados en los patrones tóxicos de los que deseamos escapar. Es una especie de trance: incluso cuando rechazamos esos valores, nos deslizamos hacia su reproducción inconsciente.

La arquitectura refleja una cultura y una sociedad, pero también le da forma. Los cambios en el entorno construido pueden impulsar la transformación cultural. Por ejemplo en Copenhague, ahora la ciudad más apta para el ciclismo del mundo. Hace décadas, no estaba diseñada para el ciclismo. Intervenciones urbanas intencionales hicieron accesible la bicicleta, pero también fue una visión social compartida de un mundo más sano lo que impulsó estos cambios. El mismo principio se aplica al diseño de los edificios, grandes y pequeños. Cuanto más sano es un hogar, más se beneficia una familia. Cuanto más sanos y equitativos son los espacios públicos, más florece una comunidad. Pero para que esto ocurra, primero la comunidad debe comprender estas ventajas, respaldar una nueva visión e invertir sus recursos. Es como la terapia: la mitad del trabajo consiste en decidirse a buscar apoyo. Con el tiempo, a medida que se integran las ventajas, las personas -y las comunidades- empiezan a prosperar.

Hermandad. Acuarela, Marta Delgado.

Investigación

La investigación desempeña un papel crucial en el apoyo a las transformaciones culturales. Aporta nueva luz sobre las relaciones entre causas y efectos, desentraña nuevos hechos sobre nuestras necesidades y comportamientos físicos, emocionales y sociales, y determina la eficacia de las prácticas o «tratamientos». La neurociencia, en particular, ha ofrecido muchos conocimientos valiosos sobre la empatía, la navegación y el estrés, ayudando a los diseñadores a crear mejores entornos.

Sin embargo, los campos de la neurociencia y la ciencia cognitiva, con su enfoque basado en el laboratorio, a menudo eclipsan otras áreas de estudio. Es raro, aunque apreciado, encontrar profesionales que alaben el diseño basado en la ciencia que también examinen los resultados sociales y económicos de los procesos equitativos en la creación y gestión de espacios. Aunque la investigación neurocientífica es importante, tiene límites. Se centra en los efectos directos de elementos ambientales concretos -como la luz o el material- sobre las funciones cerebrales relacionadas con la sensación, la emoción, la motivación y el conocimiento. Pero para dar la vuelta a los problemas sistémicos se requiere que miremos más allá de estos hallazgos familiares. Para promover una mayor inclusividad en el diseño, necesitamos crear, leer y aplicar investigaciones sobre los resultados físicos, socioemocionales y monetarios de los espacios y procesos de diseño participativos e inclusivos. Y eso es algo que el Diseño Consciente pretende hacer activamente.

Respeto profundamente a los colegas que han transformado su entusiasmo por la neurociencia en carreras de neuroarquitectura, aunque no estoy de acuerdo. Una rápida búsqueda en Google revela cinco veces más entradas desde 2020 para «urbanismo equitativo» que para «neuroarquitectura». Los resultados de una encuesta informal que realicé en la Cumbre de Espacios Intencionales 2023, con 44 participantes de los sectores académico, empresarial, sin ánimo de lucro y gubernamental, coinciden con esta disparidad. Los resultados deseados en los que hubo mayor consenso (90,3%) fueron sociales, y la equidad y la inclusión se situaron por delante de otras medidas como la asequibilidad y la accesibilidad, aunque es comprensible que estén interrelacionadas. Entonces, ¿por qué hemos priorizado metodológicamente la neurociencia cuando el llamamiento a la inclusividad es tan claro?

Ojo. Acuarela y gouache, Marta Delgado.

Este desequilibrio refleja las normas culturales que hemos heredado. Priorizamos inconscientemente lo que es objetivo, cuantitativo y maquinal sobre lo que es subjetivo, cualitativo y multicultural. Confiamos más en la ciencia que en las humanidades, y dentro de la ciencia, elevamos la neurociencia por encima de la psicología. La tecnología avanzada en neurociencia crea una ilusión de certeza, aunque el campo siga siendo altamente interpretativo. Esta preferencia revela un sesgo sistémico hacia la blancura, la precisión y el control, en lugar de hacia la conversación, la diversidad y la experiencia vivida. Y para que quede claro, no se trata de una sola persona, sino del sistema. Los investigadores y los profesionales dependen de la financiación de que disponen, y esa financiación a menudo favorece estos sesgos familiares.

En la década pasada, era fácil creer en la neurociencia porque estaba revolucionando la educación, la comunicación y la salud. Pero hace sólo un par de años, éramos menos conscientes de las estructuras sociales tóxicas incrustadas en nuestra cultura de lo que lo somos ahora. Por ejemplo, muchos de nosotros pasábamos por alto las realidades de la salud mental y la neurodiversidad, en nosotros mismos y en los demás. Estos puntos ciegos se reflejan en ciertos diseños «neuro»: espacios de moda, llenos de plantas que, sin embargo, refuerzan el aislamiento y el privilegio, ampliando las brechas sociales.

Tenemos que aceptar la incomodidad porque lo que nos parece natural es seguir normas culturales tóxicas. Si desafiar estos hábitos en el ámbito personal requiere una práctica deliberada, derrocarlos en nuestros esfuerzos comunitarios exige apoyar enfoques que ayuden a sanar nuestros dañados sistemas ecológicos y sociales. Los grupos que abrazan el cambio, por ejemplo la comunidad queer, nos recuerdan que debemos prestar atención y practicar nuevas formas de utilizar el lenguaje. En cada elección incómoda de pronombre existe la oportunidad de reflexionar sobre la cultura restrictiva de la que procedemos y avanzar hacia una que honre todo el espectro de identidades de género, fomentando la inclusión de todos. ¿Por qué no extender esta mentalidad al campo del diseño basado en la investigación? Al ampliar nuestras perspectivas más allá de las (in)certezas de la ciencia de laboratorio, creo que podemos crear de forma más consciente.

Diseño

Para integrar la salud en el mundo, necesitamos un enfoque más amplio y holístico sobre cómo los procesos repercuten en las comunidades. Piensa en los hospitales, por ejemplo. A través de una lente cerebro-cuerpo, podemos diseñar espacios clínicos que promuevan mejores entornos de descanso y trabajo. Pero esto por sí solo no aborda la toxicidad incrustada en la cultura médica del agotamiento ni el rechazo sistémico de la enfermedad, la discapacidad y la pobreza. ¿Qué pasaría si un centro de curación fuera codiseñado y dirigido por la comunidad que acoge y a la que sirve? ¿Podría esto ayudar a la gente a sentirse más cómoda con la idea de buscar ayuda? Y al hacerlo, ¿podría en última instancia salvar vidas y reducir costes?

El sistema no cambiará de la noche a la mañana, pero debemos trabajar con lo que tenemos. Aunque no estemos en condiciones de aplicar directamente la intención colectiva en el diseño, podemos aprender sobre ella. Podemos amplificar las voces de quienes utilizan la arquitectura para crear oportunidades para los más desfavorecidos. Podemos responsabilizarnos de nuestras limitaciones y abogar por los cambios que anhelamos ver. No respaldar los enfoques basados en la equidad también es una elección; quizá inconsciente, hasta que somos conscientes de ello.

Nuestra comprensión ha evolucionado, y nuestros métodos deben evolucionar con ella. La fusión de las neurociencias y el diseño sigue siendo importante. No es una situación de o lo uno o lo otro. Pero creo que primero debemos buscar la inclusividad en el diseño, o corremos el riesgo de reproducir los mismos imaginarios que crearon sociedades desiguales.

El Diseño Consciente respeta el valor de los métodos empíricos a la vez que amplía el enfoque más allá del cerebro a otras áreas esenciales de investigación. Considera el bienestar social como algo que se construye a través de procesos y de la forma en que creamos, colaboramos y nos relacionamos unos con otros, no simplemente a través de experiencias diseñadas para el sistema nervioso. Quiero abogar por un campo que comprenda su influencia, un campo que impulse un cambio cultural significativo examinándolo todo, desde quién se sienta a la mesa hasta el significado de una sola palabra. ¡Únete!

1 Palti, I., & Bar, M. (2015, 28 de agosto). Un manifiesto para ciudades conscientes: ¿Deberían las calles ser sensibles a nuestras necesidades mentales? The Guardian. https://www.theguardian.com/cities/2015/aug/28/manifesto-conscious-cities-streets-sensitive-mental-needs